Ella y sus caderas, finamente trabajadas por algún escultor que con tanto mimo hizo aquella obra personificada, se refugiaban en su ventana mirando a los astros como si de héroes se trataran. Su belleza eclipsaba a la Luna y al Sol lo intimidaba. Las Estrellas la miraban de reojo y disimulaban para no levantar sospechas, puesto que la Luna estaba presente.
Era tal su belleza, que hasta el más loco de su barrio, habría pensado que se trataba de una musa que nunca llegó a ser de ningún artista... libre y sin prejuicios. Ella y tan sólo ella, sabía que era dueña de sí misma..."
Sara Snezha Pozo Rodríguez
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